Anika Smith nació el 18 de julio de 1993, en Pretoria, Sudáfrica. Hija de Charlotte y Johan, su infancia estuvo marcada por momentos felices, pero también por desafíos. A los 13 años, sus padres se divorciaron, y tuvo que lidiar con la separación. A pesar de ello, mantuvo una buena relación con ambos.
Anika tenía un amor especial por los animales y era voluntaria en un zoológico local. Tras el divorcio, su madre decidió mudarse a Ciudad del Cabo, a unas 15 horas en coche o 4 horas en avión.
Ella eligió quedarse con su padre, pero, con el tiempo, se dio cuenta de que extrañaba a su madre y decidió vivir con ella y su novio. La convivencia no fue fácil, ya que no se adaptó a las reglas de la casa y regresó a vivir con su padre.
Búsqueda de identidad
Aunque fue descrita como una adolescente feliz, en sus últimos años, Anika comenzó a cambiar. Adoptó un estilo más alternativo, usando maquillaje pesado, labial oscuro y ropa negra. También se tiñó su cabello rubio de negro.
Estos cambios formaban parte de su búsqueda de identidad, pero algunos sintieron que la falta de reglas en la casa de su padre contribuyó a un comportamiento más rebelde. Comenzó a fumar, beber y frecuentar fiestas.
El 10 de marzo de 2010, Anika se despertó sintiéndose mal, con fiebre y dolor de oído. Su padre la llevó al médico, quien le diagnosticó una infección de oído. La recomendación fue descanso y medicación, pero la condición no era grave.
Su padre siguió las indicaciones, dejó a Anika en casa y fue a trabajar, dejando claro que volvería pronto. Encargó a la farmacia que entregara los medicamentos en la casa y, alrededor del mediodía, llegó el repartidor. Al encontrar el portón cerrado y los perros en el jardín, tocó la bocina varias veces, pero nadie atendió.
Escena trágica
La farmacia informó al padre lo ocurrido, quien intentó llamar a Anika. Sin respuesta, asumió que su hija estaba dormida. Al regresar del trabajo más tarde, notó detalles extraños: el portón estaba abierto, los perros confinados al costado de la casa y el comedor estaba desordenado.
Subiendo al cuarto de Anika, encontró una escena aterradora: ella estaba acostada en la cama, con claros signos de violencia, mutilación y abuso.
La policía inició una investigación. No había señales de entrada forzada, lo que sugería que Anika conocía a su agresor. Dos tazas de café intactas en la mesa indicaban que podría haber recibido a alguien antes del ataque.
Los perros, generalmente dóciles, estaban confinados, lo que indicaba que la persona era desconocida para la casa. Aunque se recogió el ADN del agresor, no coincidía con ningún perfil en la base de datos nacional. La investigación inicialmente se centró en personas cercanas a Anika, comenzando por su exnovio Nico Venter.
A pesar de ser descrito como celoso y controlador, Nico tenía una coartada sólida, respaldada por grabaciones de cámaras de seguridad. Aun así, enfrentó acusaciones y amenazas, aunque el ADN encontrado no le pertenecía.
Otro sospechoso fue Damian Treby, compañero de escuela de Anika. Conocido como «Vampiro Anck,» tenía arañazos en el cuello, pero afirmó que eran de una pelea con su hermana. Tampoco había pruebas que lo vincularan al crimen.
Finalmente, André van Vick, apodado «Smiley,» confesó el crimen, pero su declaración fue desmentida cuando el ADN no coincidía y retractó su confesión. Alegó que fue obligado a confesar debido a amenazas que recibió en un bar.
Preguntas sin respuestas
Lamentablemente, el caso de Anika Smith sigue sin resolverse. Sus manos, posiblemente cortadas para ocultar evidencias, nunca fueron encontradas.
La brutalidad del crimen conmocionó a la comunidad, y hasta hoy su familia espera justicia. Este es uno de los muchos casos que permanecen como un misterio.